Lecciones de Francia e Israel
Sin duda, el poder de la calle está tomando vuelo en nuestras democracias. Puede que genere inestabilidad, pero con las redes sociales y los medios digitales de comunicación es algo que solo va a crecer.
No sé si la democracia representativa está en crisis o está evolucionando. Pero lo cierto es que, para bien o para mal, está cambiando. Lo sucedido en Washington y en Brasilia son ejemplos de cómo se utiliza un discurso para imponer una narrativa que subvierte la democracia con un ingrediente común, la movilización ciudadana. Sri Lanka es otro ejemplo en ese sentido, allí los ciudadanos, con movilización, destituyeron a un presidente corrupto e inepto, pero no cambiaron el sistema de poder y su remplazo fue más de lo mismo.
Lo de las mujeres y los jóvenes en Irán tiene una connotación distinta, pues es una lucha contra una autocracia religiosa; sin embargo, ya lograron que desapareciera de las calles, por ahora, la policía religiosa, y, si bien las protestas masivas han disminuido, la protesta individual, el acto personal de desafío al no utilizar el hijab, se mantiene y crece.
Francia e Israel, dos democracias desarrolladas y estables, muestran características que generan esperanza, por un lado, e inmensos riesgos, por el otro. La primera característica es la capacidad de movilización masiva del ciudadano en defensa de la democracia, y la separación de poderes, como sucedió con éxito en Israel; y la segunda, la capacidad de movilización de la ciudadanía en defensa de un interés personal, la edad de pensión.
Estas marchas y protestas tienen unas características que las diferencian de las sucedidas en nuestros países: la magnitud, la violencia y la manipulación. Lo que pasó en Colombia o en Chile e incluso en Perú, son pequeñas manifestaciones, muy violentas, que logran destruir, intimidar y bloquear regiones e infraestructuras críticas. Son más parecidas a una guerra urbana asimétrica que a las manifestaciones masivas de Francia o Israel. Sin demeritar a quienes, por una u otra razón manifestaron pacíficamente, e incluso las razones por las que lo hicieron, lo que les dio gran efecto político fue, sin duda, la violencia con la que usurparon el espacio público y privado y el daño masivo a infraestructuras, como estaciones de policía o la línea del metro. (INFOBAE)